martes, 16 de febrero de 2010

Caminar entre el imaginario y la realidad


Casi eran las siete y cinco de la mañana, hora ya de estar en la Basílica Metropolitana de Medellín para iniciar la caminata, un cielo que no prometía mucho sol daba por iniciado el día domingo 23 de agosto, el silencio por la ciudad estar descansando, se sentía con más fuerza; sin embargo no falta el que a diario sale a conseguir con qué sobrevivir. Mientras tanto pensaba en el camino que ese día iba a recorrer.

Llegar al bus donde todos esperaban el viaje, con sus pintas deportivas de día de campo; los Arrieros de la Noche resaltaban porque iban más preparados, con sus bastones para superar los obstáculos, sus sombreros grandes que los cubrían del sol y por supuesto, con el espíritu de líderes que nunca les falta en ninguna caminata.
Una vez que en el bus ubicados todos, iniciaba la aventura Guatapé nos esperaba para iniciar y el Monasterio de los monjes Benedictinos nuestra meta.

Durante el viaje imaginar los paisajes era lo más bello, eso sí, la exigencia que tenía caminar, tal vez por terrenos inestables, no dejaba de rondar la cabeza, los obstáculos, que es normal que se presenten en estas situaciones, ahí estaban y la manera de cómo llegar al objetivo final era el gran interrogante; era como una pequeña historia que iba creando la imaginación, con aquello que habíamos escuchado ya de las caminatas y por los conocimientos que se tiene del pueblo que esperaba nuestra llegada.

Al llegar al pueblo ya todo estaba listo, pocos minutos antes de iniciar el recorrido, Olegario el representante de Arrieros de la Noche, con unas palabras alentó y dio la bienvenida a los que por primera vez querían desafiar los arduos caminos, pero con una intención clara, compartir un rato agradable con la naturaleza y regalar a nuestros pulmones un sano respiro.

Los habitantes de Guatapé, al ver el parque poblado de turistas y con la apariencia de caminantes, animaban al grupo con palabras de bienvenida y de halago, por querer recorrer los bellos alrededores del pueblo.

El mapa que señalaba la caminata mostraba el empinado recorrido, una vez dimos el primer paso se siente el entusiasmo de todos, sin saber aún lo que podía pasar
Desde una altura considerable se observaba el pueblo, su principal atributo la maravillosa represa y por supuesto la enorme Piedra de Guatapé; el montón de agua parecía un espejo del cielo, adornado del verde de la naturaleza inmensa que se concentraba en el lugar, armando así un cuadro armónico y natural.

Los estrechos caminos ponían a prueba a muchos y motivaba a otros; el silencio era el protagonista en esas montañas poco habitadas y el campo quería imponer su tranquilidad, cada paso marcaba el terreno dejando huella de los pies que pisaban por primera vez la empinada montañas que visitábamos.

Los Arrieros de la Noche, pendientes todo el tiempo de cualquier novedad que se podía presentar, eso sí, cada integrante cumplía una función específica dentro de la caminata, pero conectados siempre cada uno con el objetivo y los principios de la organización, estar pendientes de los demás, no dejar a nadie atrás y ayudar en los obstáculos a los menos experimentados.

Casi en la mitad del camino, una integrante de arrieros mostró en el paisaje que casi ocultaba el Monasterio de los monjes, la meta final, por lo menos se veía, sin importar la lejanía, tan solo poder observarla era ya una motivación para continuar.
Al caminar cada uno se metían, aunque sea por unos instantes, en su cuento y dejaba que el poco ruido que se escuchaba terminara de desaparecer, es como encontrarse con uno mismo, quizás para reflexionar, pensar y porqué no tan sólo disfrutar de la tranquilad que tal vez se pierde en los ruidos de la ciudad.

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